Durante las primeras semanas del curso de escritura, hablando sobre crear atmósfera y tono en el relato, nos encomendaron una singular tarea, escribir sobre alguien que va a un hospital a ver a alguien y puntos suspensivos… terminalo como quieras.
Esto es lo que salió de allí.
Los que ya me conocéis, sabréis pues, que esta historia no podía dejar de tener un tinte irremediablemente autobiográfico.
Todo lo que narro sucedio ese día.
UN MARTES TRECE

Es martes y trece, suena el teléfono, no sé la hora que es, ni me importa.
Me estoy duchando, salto afuera, como propulsada por un mecanismo automático y pregunto…
No me hace falta oír la respuesta y no la oigo, la cara de Jorge lo dice todo, es lo que tienen las caras de las personas en momentos como este.
Sé lo suficiente… es del hospital, tenemos que ir, llegó el momento.
A partir de ahí, la «nada» más absoluta.
Cómo explicar una atmósfera de “nada” con el tono de un muerto viviente, porque zombi es la palabra que nombra a la madre que pierde a su hija, tras una agonía atroz, en el hospital más negro, sombrío y odioso de este maldito planeta.
Así es el estado de shock, te mete del todo, sin licencia y sin aviso en la nada, una nada blanquecina y helada, llena hasta el fondo de nada.
Del camino a la clínica… nada, ni qué día hacía, ni qué hora era, ni si el taxi llegó pronto o tardó, ni escaleras de entrada, ni ruidos, ni ascensores, ni enfermeras, ni enfermos, ni parientes, ni nada.
Del cuarto oscuro de la UCI, zulo lúgubre de muerte, nada.
Solo ella, obligada y ajena protagonista, llena de tubos, saliendo y entrando de su envoltura inerte, todo igual que durante los últimos y eternos quince días, o lustros o milenios, ya no lo sé.
Blanca, nieve, hinchada, tersa, seda, suave, transparente, fría, rígida, durmiente, ausente, en tránsito hacia no sé donde, silenciosa, muda, y rotundamente muerta.
En algún momento desenchufan todo lo enchufado.
Cesan los pitidos que hace días que ya no oigo.
En los monitores, las líneas montañosas ahora son rectas infinitas.
Los números cambiantes, desgastados de tanto mirarlos, ahora son ceros sucesivos.
NADA.
Solo mi voz que repite en un susurro agónico :»no tengas miedo, no tengas miedo, no tengas miedo… «.
La negación de un terror que me devora las entrañas, que hace que las piernas me flaqueen, que las rodillas se hinquen en el suelo, que el cuerpo se desparrame blando, flojo, carente de tono, lleno de esa nada que lo cubre todo.
No soporto que nadie me toque, que nadie me mire, que nadie me hable.
Yo también estoy muerta.
Nos dicen que la van a preparar, que tenemos que volver más tarde.
Como no hay tiempo, no sé cuánto pasa, como no hay espacio, no sé dónde pasa.
Una sala blanca, de paredes blancas, una camilla con su blanca sábana.
Ella ya no tiene el asfixiante tubo en la garganta y por fin sus ojos están cerrados, sin esparadrapos. A los enfermos en coma se les abren los ojos y la sensación es tan espantosa que se los pegan con tiritas cuando vas a visitarlos, para que no sufras, dicen los muy ilusos.
En esa gélida sala blanca, después de seis eternos meses de dolor y de amor a partes iguales, al fin descansa mi joven y preciosa niña.
Alguien dice : “Parece que sonríe”.
Y entonces la veo. Veo esa sonrisa dulce, serena, hermosa, rebosante de muerte y me pregunto si será natural o se la habrán puesto para mí.
Eso me pregunto…

Un relato lleno de miedo, agonía esperanza y amor. La vida misma Cris la vida misma
La vida misma Juan Carlos, así es. Un abrazo amigo❤
Un texto desgarrador y emotivo a partes iguales, Cristina. Hace poco me decía mi padre, con motivo de mi cáncer, que uno de los pensamientos recurrentes eran que por favor, muriera él antes que yo. Con el cáncer acechando, sin desaparecer de tu cuerpo aunque dormido, ¿qué le puedes decir a un padre cuándo piensa eso? Yo, como soy muy bruto, le quito hierro al asunto, aunque de forma torpe y con poco tacto…
Lo único que puedo decirle es que, si eso pasa, habré vivido una vida muy feliz, y con mucha suerte de no haber necesitado casi nunca nada, por que casi todo lo que necesité, lo tuve con creces, cariño, amigos, unos padres geniales…
Supongo que lo único que podemos hacer los que sobrevivimos a nuestros hijos es, sin lugar a dudas, vivir lo que quede de forma intensa.
¡Mucho ánimo Cristina!
Pongo en boca de mi hija las palabras que le dices a tu padre y mi alma se reconforta al oírlo. GRACIAS D. Un abrazo ??
Querida Cristina estoy impresionada no solo por lo que cuentas que en si mismo es brutal sino por cómo lo cuentas que es impresionante. Gracias de corazón
GRACIAS concha, ni me acerco a lo que viví en realidad, multiplicalo por mil. Es la vida y es la muerte. Pero no lo comprendemos. No podemos, no sabemos, no queremos…
Cristina tal y como lo cuentas me parece haber estado contigo ese día sintiendo esa nada.. Que tristeza,que vacío tan grande..
Un millón de besos.
Un millón de besos pilar y mil gracias por tu empatía y tu amor❤
No tengo palabras
Está todo en tu relato
Duele y reconforta
Hoy que es su cumple, sabemos que sigue con nosotros, su sonrisa, su amor , su ternura………. ella.
Siempre con nosotros, en un eterno ahora chispi❤?
Sólo espero no tener que pasar por esto . Y te deseo que siempre estés rodeada del amor que te mereces . Nunca la has tenido tan cerca , la llevas dentro . Namaste .
Namaste Raquel ? dentro, muy adentro, siempre y para siempre?